Daniel Camargo conocido como
la Bestia de los Manglares era un pequeño hombrecillo, delgado y cincuentón que
tras su frágil aspecto escondía un cruel violador y asesino de niñas y mujeres.
Tras ser detenido confesó 71 crímenes…
Entre diciembre de 1984 y febrero
de 1986 una ola de terror sacudió Ecuador. Los cadáveres, desnudos y usualmente
desmembrados a machetazos, aparecían en lugares solitarios, apartados y
boscosos. Según las investigaciones, todas las víctimas eran chicas jóvenes,
muchas de ellas vírgenes y algunas tenían tan sólo ocho o nueve años.
Nadie imaginó que detrás de
semejantes atrocidades se escondía Daniel Camargo Barbosa, un hombrecillo
cincuentón, flaco y de piel morena, un psicópata misógino obsesionado con la
virginidad, un individuo que, con apenas 1,65 de estatura, había conseguido
violar y estrangular a 71 víctimas en el tiempo que estuvo en Ecuador y, según
se presume, a unas 150 en la totalidad de su trayectoria criminal… Sus
víctimas, por aparecer en su mayoría en las vías Perimetral y Nobol (dos
lugares rodeados de manglares), le dieron a este asesino en serie el
sobrenombre de “La Bestia de Los Manglares”.
Los orígenes de la bestia
Camargo era un asesino misógino
que violaba y descuartizaba a sus víctimas para evitar que le delatasen. A
pesar de su baja estatura y poca fuerza consiguió asesinar al menos a 72 niñas
y mujeres.
Daniel Camargo Barbosa nació un
22 de enero de 1930 en algún lugar de los Andes Colombianos (no se conoce
con certeza su procedencia exacta). Antes de cumplir un año su madre murió y,
posteriormente, su padre se casó con una mujer que tenía problemas de
fertilidad y un obsesivo e insatisfecho deseo de tener una hija, deseo que, al
no poder cumplirse, le ocasionó trastornos mentales y un comportamiento anómalo
del cual el pequeño Camargo fue víctima. Así, su madre lo vestía de mujer
frecuentemente, lo obligaba a ir de esa forma al colegio (donde todos se
burlaban de él) y a veces lo castigaba atrozmente clavándole alfileres. Su
padre no fue de manera alguna un refugio para Camargo: era alcohólico, violento
y nada afectuoso, su mayor y casi único interés era el dinero y, como figura
paterna, era muy distante, despótico y severo. Las pocas veces que trataba con
su hijo solía ser para propinarle brutales palizas ayudado por el tío del niño…
Con respecto a la conducta de su
madre y el daño que le ocasionó, años después Camargo nos diría lo siguiente: “A
mi madrastra no le gustan los niños, pero le encantan las niñas. La prueba es
que ella consentía hasta el extremo a mi hermana. Ella tiene que haber sufrido
algún trauma en su niñez, que hizo que no le gustaran los niños. Cuando ella me
ponía vestidos de mujer, pienso yo que lo que estaba tratando era convertirme
en una mujer. Puede ser que no me odiara, puede ser que me amara, pero no me
podía amar como un niño”En gran parte por ello, Camargo llegó a acumular el
inmenso cúmulo de odio, resentimiento y misoginia (odio a las mujeres) que
posteriormente le transformarían en un despiadado criminal.
Pese a todo, Camargo consiguió
ser un estudiante destacado en el colegio León XIII de Bogotá, aunque
posteriormente tuvo que dejar sus estudios y dedicar sus esfuerzos a ayudar
económicamente a su familia; lo cual, según declaraciones de él mismo, habría
contribuido a aumentar su amargura y resentimiento.
Ya de adulto, Camargo conoció a
una mujer llamada Alcira con la que tuvo dos hijos, a la cual terminó
abandonando cuando conoció a Esperanza, una chica de 28 años con la cual
se había hecho muchas ilusiones llegando incluso a desear casarse con ella;
esto sería el detonante del lado criminal de Camargo, no sólo porque Esperanza
no era virgen sino que, además, sin que hubiera pasado mucho tiempo en su
relación la descubrió en la cama con otro hombre.
Frustrado, dolido y
decepcionado de las mujeres en general, Camargo no hizo lo que alguien normal
habría hecho sino que, en vez de cortar definitivamente su vínculo con
Esperanza, él astutamente la convenció, utilizando la culpabilidad que ella
sentía por decepcionarlo, para que ésta le ayudase en su vil plan de conseguir
chicas jóvenes e “inmaculadas”. Sobre eso, en declaraciones posteriores a su
detención, Camargo se justificó diciendo que fue: “Por no encontrar
virgen a mi prometida, con la que me iba a casar. Yo no fui capaz de dejarla,
porque estaba locamente enamorado. Había momentos en que yo decía ‘Sí, yo la
dejo’, pero otros no era capaz, porque realmente estaba enamorado. Esto dio por
resultado que, como yo no había tenido experiencias con mujeres vírgenes, y al
mismo tiempo era incapaz de dejar a, esa muchacha…, yo acepté como lo más
correcto que ella me ayudara a conseguir unas chicas que estuvieran vírgenes”.
Así Esperanza, a través de
engaños, llevaba chicas al apartamento de Camargo, dándoles allí cápsulas de
seconal sódico para que se durmieran y Camargo pudiese desflorarlas.
Cinco fueron las violaciones (sin
muerte todavía) que Camargo logró con el seconal sódico y la ayuda de Esperanza
hasta que la quinta víctima, que era apenas una niña, descubrió que había sido
violada mientras dormía en el departamento de Camargo e, indignada y asustada,
contó lo sucedido y Camargo y su novia fueron denunciados y enviados a
distintas prisiones en 1964.
Todo parecía indicar que Camargo
sería sentenciado a sólo tres años, aunque después la causa subió en grado y el
nuevo juez, más severo que el anterior, le condenó a ocho años tras las rejas,
lo cual destruyó el propósito inicial de Camargo de regenerarse (había jurado
regenerarse) y le llenó de rabia y odio hacia la sociedad y su justicia,
desencadenando así una profunda y hostil rebeldía interior que junto al hecho
de que su quinta víctima hubiese hablado, sería la causante de que Camargo
decidiera en la cárcel que en el futuro no dejaría con vida a una sola de sus
víctimas, esta era la única forma de evitar que le delataran.
Nace el asesino
Tras ser liberado,
Camargo se dedicó a trabajar como vendedor ambulante de pantallas de televisión.
Un día, mientras pasaba frente a una escuela, Camargo vio una jovencita de
nueve años cuyo aspecto le volvió loco, le “enamoró”. Decidido a hacerla suya,
la llevó con engaños a una zona poco transitada en donde le arrebató la
virginidad sin tener piedad de sus lágrimas y, no contento con eso, la
estranguló para evitar ser delatado y luego, sin enterrarla, la dejó junto a
las pantallas de televisión que llevaba. Fue su primera violación con muerte.
El error de abandonar las
pantallas, tras el miedo inicial y huída por su primer asesinato, le costaría
caro; ya que, cuando al día siguiente (3 de mayo de 1974) regresó para ver los
televisores que dejó y enterrar al cadáver, un agente de la policía sospechando
de su comportamiento decidió seguirle e interrogarle, descubriendo finalmente
el lugar donde había abandonado el cadáver de la niña. Gracias a la acción
policial Camargo fue detenido en Barranquilla ese día.
Ésta vez la justicia colombiana
no sería suave con Camargo. El castigo debía ser ejemplar. En efecto, se lo
condenó a permanecer 25 años en la prisión de la isla Gorgona, una especie de
versión colombiana de Alcatraz de la cual, hasta la fecha, ningún criminal
había escapado. Díez años estuvo Camargo en esa isla volcánica de 28 kilómetros
cuadrados situada en el Pacífico de Colombia, diez años en los que se
entretuvo leyendo a autores del calibre de Nietzche, Freud o Dostoievsky, diez
años en que también, preparándose para el gran día, leyó libros de navegación y
estudió con detalle las variaciones de las corrientes en torno a la isla.
Cárcel de Gorgona, una pequeña
isla/prisión de la que Camargo escapó remando durante tres días sobre una
pequeña barca. Sin comida ni agua.
Cuenta al respecto Juan Antonio
Cebrián, en su obra Pasajes del terror: Psicokillers, asesinos sin alma, lo
siguiente: ‹‹En ese aislado paraje estuvo encerrado diez años, pues lo
cierto es que la isla por inhóspita apenas tenía vigilancia y los presos
deambulaban a sus anchas por la pequeña extensión insular. La tarde del 23 de
noviembre de 1984 Camargo, en uno de sus paseos, descubrió una pequeña barca
abandonada, y no se lo pensó dos veces; empezó a remar con la desesperación del
superviviente. Sin alimentos ni agua remó sin descanso durante tres días hasta
que divisó las costas continentales. Milagrosamente se había salvado aunque su
aspecto y situación anímica daban a entender que sus días estaban contados.
Pero Daniel Camargo era inteligente y tenía capacidad para generar recursos que
le permitieran seguir adelante.
Al enterarse de su fuga y
desaparición, las autoridades colombianas —firmemente convencidas de que su
Gorgona era una prisión de máxima seguridad en que las corrientes y
los tiburones hacían las veces de un sistema de guardia secundario— le dieron
por muerto y la Prensa se aventuró a publicar que el “monstruo” había sido
devorado por los tiburones. Lo habían subestimado y el tiempo se los
demostraría.
Fue así que, aprovechando el
hecho de que se lo creía muerto, Camargo cruzó a Brasil y, como
cuenta Francisco Febres Cordero (periodista ecuatoriano que lo entrevistó): “recorriendo
el continente vino a dar por acá, llegó a Quito, durmió una noche en los
portales de Santo Domingo y a la mañana siguiente preguntó: “¿No hay un sitio
más caliente en este país?, aquí me voy a morir de frío”. Así llegó en bus a
Guayaquil, el 5 ó 6 de diciembre de 1984. Y allí comenzó su dantesca,
horripilante historia…”
Las atroces cifras que le llevaron a la fama
Restos de algunas de las víctimas
de Camargo en Ecuador…Verdaderas fosas comunes se hallaron con los restos de
las vírgenes que asesinó…
La ola de terror que sacudió a
Ecuador inició un 18 de diciembre de 1984 con la desaparición de una niña de
nueve años en la ciudad de Quevedo, al día siguiente continuó con la
desaparición de otra niña (de diez años) y luego vino desaparición tras
desaparición…
Poco a poco los cadáveres de las
jóvenes vírgenes fueron apareciendo con huellas de machetazos, cuchilladas,
estrangulaciones y signos de violación. Aparecían desnudas, en parajes llenos
de vegetación, generalmente en la vía Perimetral, en la vía Nobol y en la
Avenida de Los Granados. Los forenses no podían determinar con exactitud la
causa de la muerte y además se sabía que, por la zona de la provincia del
Guayas en que operaba Camargo, había una banda de sádicos violadores, de modo
que también resultaba difícil la labor policial para determinar al autor.
Sólo después de ser arrestado se
supo que los asesinatos con violación sumaban un total de 71, y que los lugares
habían abarcado Guayaquil, Quito, Ambato, Machala, Nobol, Quevedo y Ventanas y,
sobre todo, que su autor había sido un enclenque cincuentón de apenas 1,65 de
estatura. Sus víctimas, normalmente fueron campesinas, colegialas, escolares, universitarias,
empleadas domésticas, incluso una de ellas era un experta en karate, eso
tampoco la sirvió para defenderse del asesino…
Su modus operanti
Camargo, en un interrogatorio
tras ser detenido (imagen superior) confesó: “mataba sin dejar huellas.
Siempre llevaba una camisa de más, y cuando las manos se me manchaban de
sangre, las limpiaba orinando sobre ellas”
En Guayaquil, Camargo sobrevivía
como un indigente que cargaba bultos en un mercado público, ganando apenas
un sueldo de 40 sucres diarios (algo menos de un dólar) con esto se mantenía a
base de seco de chivo (una comida típica muy económica) y cola. Además tras
cada asesinato vendía bolígrafos, ropa, joyas y otros objetos de sus víctimas.
Aún así su situación económica era tan precaria que debía dormir en el banco de
algún parque.
Siendo feo, viejo y pobre como
era, Camargo no seducía a sus víctimas sino que hábilmente utilizaba su fealdad
y vejez a favor de un sutil método de engaño y persuasión. Él, que casi siempre
seleccionaba niñas, púberes y jovencitas de estratos sociales bajos, se
acercaba con la Biblia en la mano y les decía que era extranjero, que estaba
buscando al pastor George Winchester, a su fábrica e iglesia, que debía
entregarle una fuerte suma de dinero a dicho pastor y que les daría una buena
cantidad de dinero si le acompañaban y le mostraban el camino. Incluso, a las
que no eran niñas las engañaba diciéndoles que les podía conseguir un buen
empleo en la fábrica del pastor, la cual siempre quedaba a las afueras de la
ciudad… Así y aprovechando su vejez y aspecto para que nadie (incluyendo las
chicas) sospeche de él, Camargo tomaba un bus con la chica y, una vez que el
bus se adentraba por parajes solitarios, él les decía que por allí había que
bajar.
Llegaba luego el momento crucial,
para lo cual él siempre hacía que la chica caminase atrás de él y a una
distancia prudencial, de modo que así ella se sintiese confiada. Entonces era
cuando él, con la excusa de buscar un atajo, decía que debían adentrarse en el
paraje: si la chica se rehusaba, él la dejaba ir y ella se salvaba; si la chica
lo seguía, él la llevaría al lugar propicio para violarla y matarla
impunemente.
Una vez adentrados en el paraje
solitario (en los casos en que le seguían), él se giraba con una mano detrás a
modo de quien sostiene un revólver, le decía a la chica que el pastor no
existía y que él la había llevado allí para “hacer el amor” y, tras insinuarle
que si no cedía usaría el revólver (lo que tenía era un cuchillo), la sometía y
la violaba. “Yo optaba por la persuasión antes que por la amenaza”,
dijo alguna vez Camargo con respecto a su método…
Como consideraba que la violación
con muerte era un acto irrepetible y único, Camargo se esforzaba por retener
todos los detalles sobre sus víctimas, memorizando siempre sus nombres y,
cuando era posible tomaba objetos de su víctima para preservar un “recuerdo”,
aunque muchas veces acababa vendiéndolos para sobrevivir.
Finalmente, Camargo solía darle
machetazos a los cuerpos, arrancarles los órganos a veces…Todo con el fin de
despistar a la Policía, de dejar la menor cantidad posible de huellas. Dijo por
ello lo siguiente de sí mismo: ‹‹mataba sin dejar huellas. Siempre llevaba una
camisa de más, y cuando las manos se me manchaban de sangre, las limpiaba
orinando sobre ellas.
El perfil de un monstruo
Físicamente era flaco, trigueño,
pequeño (1,65), con poco pelo y la frente amplia, curva y despejada. Tenía las
manos grandes, vestía bien y andaba pulcro dentro de sus limitadas
posibilidades. Frecuentemente un cigarrillo adornaba su boca acrecentando esa
imagen de frialdad, dureza y sequedad que su rostro y mirada traslucían.
Le gustaba un tanto el deporte.
De joven jugaba fútbol y baloncesto y, cuando estuvo en la prisión de la
Gorgona, aprendió a bucear y a jugar ping-pong.
Francisco Febres Cordero,
periodista que entrevistó varias veces a Camargo.
Era inteligente y culto. Las
pruebas de los interrogatorios mostraron que tenía un coeficiente intelectual
de 116 (el promedio es 100) y la cultura que poseía era casi imposible de
encontrar en alguien que dormía en parques y cargaba bultos en el mercado. El
periodista Francisco Febres Cordero (F.F.C) llegó a decir de él lo siguiente: “como
todo psicópata, brillante. Tenía una respuesta para todo y podía hablar,
con igual soltura, de Dios y del Diablo. Buen lector (su formación literaria
parece que la adquirió en la isla prisión Gorgona), citaba a Hesse, Vargas
Llosa, García Márquez, Guimaraes Rosa, Nietzche, Sthendal o Freud. Cuando lo
capturaron, encontraron en el maletín de mano que portaba, junto con una prenda
íntima de la última niña a quien acababa de matar y violar, “Crimen y castigo”,
de Dostoievky. Además, pintaba, aunque sus cuadros tenían tonos oscuros”
Sexualmente era un trastornado
marcado por una machista obsesión por la virginidad y la idea de pureza. Por
eso detestaba a las prostitutas y despreciaba a las mujeres (no vírgenes) en
general. Cuenta F.F.C. que Camargo nunca buscó saciar sus impulsos en
prostitutas ya que: “las odiaba. Le causaban asco. Tenía pavor de las
enfermedades venéreas y sus estragos. Él quería mujeres puras, vírgenes. Eso explica
porque violó y mató también niñas”. También era un gran sádico, siendo así que,
según confesó, él buscaba vírgenes en gran parte “porque ellas lloran”, lo cual
a Camargo le proporcionaba un enorme placer a la hora del acto carnal.
En lo que respecta a la atracción
que le hacía seleccionar a sus víctimas, Camargo era algo complejo ya que
además de guiarse por la posible pureza de estas (elegía las que creía
vírgenes), obedecía a una cierta atracción emocional, a una atracción orientada
a aspectos internos de la víctima que él, al no poder comprender con claridad,
situaba vagamente como un “algo” capaz de reflejarse en la mirada y otros
aspectos, dice así F.F.C. lo siguiente ante la pregunta de qué veía Camargo en
las mujeres antes de violaras:
“Algo, que él mismo no sabía
explicar bien. A veces era su forma de mirar, su manera al andar, su pelo.
Un “algo” indefinible que le obligaba a pensar: “Tengo que hacerla mía”. Él
explicaba eso como un “demonio” que tenía dentro de su cerebro”
En una ocasión la Policía le
preguntó por qué había arrancado los pulmones, riñones y corazón de una
muchacha, a lo que él respondió fríamente: “Eso es mentira. Como mucho
le saqué el corazón porque es el órgano del amor”
Emocional y psíquicamente,
Camargo era un ser marcado por la rabia, el odio y el rencor, patrones estos
que en la dinámica psicológica de su conciencia moral actuaban en conjunción
con una baja responsabilidad moral, con una tendencia extrapunitiva según la
cual él tendía a ver en los otros la responsabilidad total o parcial de sus
conductas. Muestra de esas actitudes son las siguientes palabras de Camargo. El
primer caso es cuando reconoce su odio y dice del odio que: “aquí está
y lo estoy combatiendo, pero solito no se puede. Se necesita la ayuda de los
profesionales para combatirlo, el esfuerzo del paciente y la acción consciente
y científica del profesional”; admitiendo luego que la sociedad tiene
derecho a defenderse en su caso, pero que: “eso no justifica que (la
sociedad) haga caso omiso de esos casos y diga: ‘Como lo hizo, es culpable, y
que se le condene a 16 años y listo’.” El segundo, cuando en medio de
los interrogatorios y asombrado ante la repercusión mediática de sus crímenes,
Camargo se justifica diciendo: “Estaba vengándome de muchos años de
humillación”.
Camargo era también un gran
cínico y sinvergüenza que, a través de una cierta arrogancia, manifestaba el
aborrecible cinismo con que de cierta manera se vanagloriaba de la oscura fama
que sus crímenes le habían dado, dice por eso F.F.C.: “Durante muchos
días Marco y yo intentamos hablar con Camargo. Latarea parecía imposible no
solo por el cerco policial que le rodeaba sino, además, porque él exigía una
fuerte suma de dinero por hablar, pago que nos repugnaba”. O también, para
comprender lo descarado que era Camargo, podemos ver estas palabras de Del
Castillo, quien durante un tiempo fue psicólogo del asesino: “Era un
sinvergüenza. No tuvo reparos en contarme cómo realizó sus crímenes y el lugar
en donde enterró a sus víctimas. Camargo era una persona antisocial, que se
jactaba de las fechorías que hacía. Era renuente a todo cambio”. A Del
Castillo, igual que a F.F.C., Camargo intentó cobrarle. Así, un día llegó con
actitud jactanciosa al despacho del psicólogo y le pidió 250.000 sucres para
continuar con las consultas: como Del Castillo se negó, Camargo nunca volvió…
Finalmente, podemos ver cómo el cinismo de Camargo se conjuga con el sarcasmo
en este fragmento de Pasajes del terror: Psicokillers, asesinos sin
alma: ‹‹En una ocasión la Policía le preguntó por qué había
arrancado los pulmones, riñones y corazón de una muchacha, a lo que él
respondió fríamente: “Eso es mentira. Como mucho le saqué el corazón porque es
el órgano del amor”››
Detención, arresto y muerte
Penal García Moreno, donde el
asesino fue encarcelado y brutalmente asesinado por un recluso que era familiar
de una víctima
Un 26 de febrero de 1986, minutos
después de violar y asesinar a Elizabeth Telpes de 9 años de edad, una patrulla
de la Interpol lo vio mostrando un comportamiento sospechoso a la altura de la
avenida de Los Granados, una calle de Quito. Cuando los dos policías se bajaron
para examinar al sospechoso, lo que hallaron los dejó sorprendidos: allí, en la
bolsa de pertenencias de Camargo, estaban las ropas ensangrentadas de quien
evidentemente había sido una pequeña e inocente niña…
Inmediatamente lo detuvieron.
Posteriormente María Alexandra Vélez, una chica guayaquileña que se salvó del
violador, identificó a Camargo cuando fue llamada a testificar. Aunque no sería
complicado condenar a Camargo ya que él mismo se declaró culpable sin cómplices
un 31 de mayo de 1986, admitiendo 71 asesinatos y violaciones y mostrando con
espantosa frialdad a la Policía los sitios en que dejó los cadáveres de sus
víctimas.
Después de su detención fue
inmediatamente llevado a la cárcel de Guayaquil hasta que en 1989 fue
trasladado al Penal García Moreno de Quito para cumplir la máxima pena que
existía y aún existe en Ecuador: 16 años, un castigo insignificante para la
escalofriante trayectoria criminal de Daniel Camargo Barbosa.
Desde el principio de su
encarcelamiento en la cárcel de Guayaquil Camargo tuvo que ser especialmente
vigilado para evitar que los otros presos le asesinaran. Finalmente Camargo fue
trasladado al Penal García Moreno, donde los primeros días compartió celda con
Pedro Alonso López alias “El Monstruo de Los Andes”, otro psicópata colombiano
del cual se dice que cometió más de 300 asesinatos. No obstante La Bestia de
Los Manglares no duraría muchos años más encarcelado pues el 13 de Noviembre de
1994 moriría asesinado por el recluso Luis Masache Narváez de 29 años (familiar
de una víctima de Camargo).
Cuentan que era un tranquilo
domingo de visita cuando, estando Camargo sentado en su celda, Luis Masache
entró súbita e inesperadamente, lo agarró con violencia del pelo haciéndolo
arrodillarse, lo miró y le dijo: “llegó la hora de la venganza”. Acto seguido
le dio ocho puñaladas. Ya muerto el violador de vírgenes, Narváez bebió cuanto
pudo de su sangre (antes de que lo detuvieran) inspirado en la creencia de que
así el espíritu maldito de la víctima no lo seguiría. Ese fue el fin de Daniel
Camargo Barbosa, cuyos huesos yacen en la fosa 798 del cementerio El Batan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario